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1/6/16

La pedagogía reducida

by Carlos Aldana Mendoza

A la pedagogía la vienen reduciendo a sus mínimas expresiones.  Por aquí la confunden-reducen con didáctica, por allá con la reflexión teórica sin implicaciones o posibilidades prácticas; en otras partes, la reducen a la consideración de los componentes de la educación formal. En algunos lugares, la reducen a la educación de niños y niñas y la oponen a la andragogía (concepción totalmente discutible).

Las distintas reducciones no solo evitan una mayor penetración e incidencia de pedagogos y pedagogas en la vida concreta de nuestras sociedades, sino que impulsan un conformismo, una adaptación acrítica e irresponsable al discurso de las grandes corporaciones y los organismos internacionales. Es mucho más fácil crear conceptos, consignas y cuerpos explicativos favorables a esa educación que sirve a los intereses dominantes, cuando se cree ciegamente en la pedagogía reducida a sus mínimos.

Entre todo esto, está claro que a la pedagogía la vienen despolitizando, y he ahí la peor de las reducciones a las que es sometida: negarle su naturaleza y su poder político para dejarle solos los aspectos filosóficos, psicológicos, didácticos o con más fuerza, los aspectos administrativos de la educación escolar. Reducirla a estudios o propuestas que se quedan en la conducción de los procesos didácticos, o al desarrollo de estudios sobre cómo administrar instituciones educativas, es parte de una concepción que pretende convertir en “natural” esa apoliticidad de lo educativo que siempre ha sido favorable a los poderes.

Despolitizar la pedagogía es la principal reducción porque la aleja de las luchas y reivindicaciones de los pueblos. La aleja de las grandes movilizaciones, de los procesos profundos de crítica e indignación ante el mundo en que vivimos, mientras dedica grandes esfuerzos técnicos a profundizar una práctica educativa alineada a la globalización, el neoliberalismo y las políticas sectarias en todos los países. Además, esta es la pedagogía que, con el énfasis en el discurso de las competencias, las tecnologías, el emprendimiento, la capacidad productiva o la ausencia de memoria histórica, permite la acriticidad, el verticalismo y el despliegue de información que no genera sabiduría.

Los grandes intereses en el mundo se congratulan con esta pedagogía reducida que se disfraza de actualidad y de grandes avances a través del uso de tecnologías y otros mecanismos de control y dominación actual. Pero no puede negarse que, de todo lo anterior, también son responsables los hombres y mujeres quienes, dedicados al estudio sistemático de la educación, se conforman con asimilar y tratar de aplicar el discurso que más escuchan o que les imponen desde las directrices oficiales.

Somos los pedagogos los que hemos contribuido a limitar las alas de la reflexión, el estudio, la discusión y la propuesta pedagógica, a través de nuestra falta de profundización, o mediante la ausencia de diálogos alternativos. Pero, sobre todo, somos los responsables de esa angustiante y destructiva reducción de la pedagogía cuando desde una postura endogámica, dejamos de ir al encuentro del pueblo, dejamos de respirar, sentir y caminar junto a los hombres y mujeres que luchan contra los poderes, que sonríen en sus esfuerzos por construir una sociedad diferente. Cuando los pedagogos nos conformamos con leer, estudiar, estar dentro de los territorios académicos o institucionales, sin abrazar las indignaciones o las demandas de los pueblos y sus organizaciones, cuando eso sucede, dejamos que la educación (en discurso y en prácticas) quede en manos de quienes son responsables de la indignidad, la exclusión y el sufrimiento de las mayorías en todo el planeta.

Reducir a la pedagogía es el mejor modo de negarle su papel en la reflexión, discusión y práctica de una educación que se sume a la caminata de los pueblos hacia su dignidad.