Jaume Martínez Bonafé.
Universitat de València. Foro de
Sevilla.
(...) Los complejos campos sociales en los que me he movido
-por volver a Bourdieu- son los que, seguramente, hicieron que escolarizara a
mi hija en una escuela pública de línea en valenciano, es decir, cuya lengua
vehicular fuera el valenciano, denominación con la que aquí nos referimos a la
lengua catalana. Cuestioné en su momento -1983- la Llei d’Us i Ensenyament del
Valencià porque me parecía insuficiente, pero celebro ahora un marco legal que
ha permitido algo muy elemental: que la lengua normal en la familia y en la
calle pueda ser la lengua normal en la escuela. Y aunque los informes vienen
señalando el largo camino que todavía queda por recorrer, el avance en la
normalización lingüística es importante. En el área territorial y lingüística
catalana otros territorios con otro marco jurídico tienen todavía un avance mayor.
En el caso de Catalunya, todos los informes que he leído vienen a confirmar que
el proceso de normalización e inmersión goza de buena salud, aunque en todos se
reconoce también que todo podría ir mejor si la política cultural española
fuera otra. Y los sucesivos estudios que se publican en el País Valencià
confirman que el alumnado que ha estudiado en programas de inmersión acaba
conociendo y usando correctamente las dos lenguas oficiales en todos los
registros: escuchar, hablar, leer y escribir. En cambio, otros programas
lingüísticos no han podido garantizar el conocimiento de la lengua minorizada.
Por eso, déjenme que entre en cuestión, es irritante el
modo en que algunos políticos y otros expertos tratan la cuestión de la lengua
y la complejidad cultural, desde atalayas o mesetas particulares con miradas
simplificadoras sobre cuestiones tan complejas. No recordaré el punto de
partida -aunque quizá la desmemoria esté en el origen del problema-, pero para
quien fue niño de familia catalanoparlante en las escuelas del
nacional-catolicismo y maestro militante de la renovación pedagógica en los
años setenta en el País Valencià, es una provocación la simplificación con que
se analiza hoy el enorme esfuerzo del movimiento de enseñantes por recuperar y
normalizar el uso de la lengua, y una enorme miopía no darse cuenta del papel
que está jugando la escuela en ese proceso de normalización, especialmente en
el caso valenciano donde ni la política de los gobiernos ni los medios de
comunicación han estado a la altura del enorme esfuerzo cultural y profesional
de la mayor parte del profesorado. Un esfuerzo ilusionado al que se han sumado
muchos ayuntamientos, asociaciones y movimientos sociales, sindicatos y
partidos políticos. (...)