1/6/16

El poder político del aprendizaje de la historia

by Carlos Aldana Mendoza

Aprender historia resulta ser uno de esos recursos políticos a los que el poder le tiene pavor. En la medida que, más que recordar fechas, personajes o anécdotas entretenidas, logramos reconocer con profundidad los procesos y circunstancias que nos han puesto en la situación actual, en esa medida es más probable la posición política y ética sustentada y firme frente a la vida. Y con ello, la educación sistemática ya puede ser parte protagónica de la transformación que necesitamos sostener en nuestro caminar social.

Por eso, vale la pena una breve mirada crítica al aprendizaje dela historia (o la Historia, como contenido formal), en el marco de las Ciencias o Estudios Sociales.

En contextos como el latinoamericano, este aprendizaje está en mano de 2 tipos de docentes: los grandes narradores y los aburridos transmisores. Los primeros, nos plantean las anécdotas, los detalles íntimos e interesantes de los personajes, nos repiten las fechas, nos emocionan con hechos que parecen de película. Por su parte, los aburridos transmisores nos narran la historia lineal, sin ningún uso de recursos que atraigan y generen interés. Nos aburren con la repetición de fechas, conceptos y hechos, pero en su acción monótona, terminan matando el interés por la historia de sus oyentes, aunque algún nivel de profundidad crítica puedan pretender. El aburrimiento es tan grande que, en algunos casos, ayuda a desaprovechar la posible visión crítica del docente.

En ambos casos, no se profundizan las causas, los intereses ocultos, los verdaderos poderes que fueron creando las condiciones históricas y los procesos que configuraron la realidad humana. Así, la historia no es un recurso para comprender el presente, para sentir y detectar por qué, por quiénes, a favor de qué y de quiénes es que llegamos al establecimiento actual de la injusticia, el empobrecimiento, la exclusión y la violencia en todas sus expresiones.

Pero también ocurre que ha faltado mayor discusión y estudio en el ámbito de la academia social. Cuando se plantea el aprendizaje de la historia, se plantea principalmente desde consideraciones didácticas y no pedagógicas. Así, preocupa mucho más la búsqueda y aprovechamiento de métodos, técnicas y recursos que contribuyan a mejorar la calidad del desempeño docente en el aula. Pero al dejarse de lado la dimensión pedagógica, se deja de plantear la búsqueda de los fundamentos, del sentido político y ético de la historia y los estudios sociales, de su aporte en la construcción de una ciudadanía participativa y comprometida con los cambios. Se abandona la posibilidad de profundizar las maneras para hacer de la historia un caminar hacia la comprensión del mundo actual y de las posibles acciones individuales y colectivas para cambiarlo. En otras palabras, cuando la didáctica termina siendo el principal interés y se despedagogiza la historia, caemos en el instrumentalismo y en la actuar limitado al aula y a la institución escolar, cuando la historia y los estudios sociales tienen el enorme potencial de llevar a la comunidad educativa a la sociedad misma, para comprenderla y transformarla.

Una consecuencia de lo antes afirmado es que se prioriza la enseñanza de la historia y se abandona el aprendizaje. Cuando aprender es lo que importa, incluye a la enseñanza (porque esta se convierte en un instrumento o factor de facilitación de aquél), pero también deja de poner el acento y el protagonismo en quien enseña, porque el aprendizaje debe ocurrir entre todos los miembros de la comunidad educativa. Entre aprendientes.
Cuando el aprendizaje de la historia es asumido desde la pedagogía (la alternativa y crítica, por supuesto), aparecen con fuerza el pensamiento crítico, la posición política y los valores. Aparecen y se despliegan, además, los fundamentos y sentidos de dicho aprendizaje (el por qué y el para qué aprender historia y estudios sociales). Se acentúa una visión del mundo y de la historia. Y por supuesto, todo ello demanda un clima armónico, dialógico y agradable pare el aprendizaje.
Se trata de que el aprendizaje de la historia sea profundo, crítico y cuestionador, pero sin dejar de ser entretenido, interesante y agradable para las jóvenes generaciones, las que no merecen ni la superficialidad de un buen, pero acrítico narrador, ni un destructor del interés y la pasión.

Necesitamos tener presente que el aprendizaje de la historia es el más poderoso recurso para que los pueblos descubran lo que les niega su dignidad, pero también para descubrir que la realidad es construida por la humanidad colectiva. En otras palabras, aprender historia es la clave para reconocernos como hombres y mujeres capaces de transformar su realidad. El aprendizaje histórico es un aprendizaje político en cuanto que es necesario para impulsar el posicionamiento de las nuevas generaciones frente a la realidad que viven. Una consecuencia debiera el aprendizaje de la indignación y la rebeldía ante la injusticia, la exclusión y todo tipo de violaciones de derechos humanos.