7/4/16

Autonomía, participación democrática y apertura al entorno

by Luís Castrillo y Carmen Rodríguez Martínez.
Nadie es, si se prohíbe que otros sean (Freire).

La autonomía en educación, desde la Escuela Nueva o los movimientos libertarios, ha significado innovación educativa y libertad para tomar decisiones sobre el gobierno de la escuela. La persona autónoma, como Antígona, puede tener conflictos morales entre lo instituido y su propia norma moral. Y son los profesores y profesoras con auténtica autonomía pedagógica, la clave para que se produzca el cambio educativo; las políticas educativas solo pueden poner grilletes al ejercicio de la autonomía proletarizando la profesión docente.

La autonomía proporciona espacios de poder a los territorios, centros escolares y profesorado para decidir con libertad sobre normas y órganos de gobierno propios y para organizar sus enseñanzas, de modo que su oferta educativa se pueda ajustar al máximo a las demandas, características y necesidades de su alumnado y de su entorno. Es parte de un proyecto democratizador, aunque en una segunda acepción también se utiliza por las políticas neoliberales, en un sentido autoritariojerárquico, para descentralizar y ejercer un control más eficaz sobre la educación.

El eje autonomíaparticipación nos habla de la primera y genuina forma de entender la autonomía, en la que se desarrolla la dirección de una institución o su gobierno con la participación de los actores implicados en las decisiones y acciones para mejorar el sistema público. Esto convierte a la educación democrática en un proyecto colectivo para que el alumnado pueda conseguir un desarrollo integral, como persona, para que tenga un lugar adecuado en el mundo, y, en comunidad, para la cooperación, la solidaridad y  el  apoyo mutuo.

La autonomía requiere de la participación de ciudadanos y ciudadanas en la vida política y en la educación. La educación es, además, la que hace posible una participación consciente e ilustrada. La práctica del compromiso orientada a la participación en el sistema educativo es la que proporciona éxito a la educación democrática, es el software y la cultura de un sistema de valores y normas que regulan las relaciones humanas considerando: la inclusión y participación de la comunidad educativa y el entorno, el remplazo de relaciones de dominación y dependencia por relaciones simétricas, el uso del consenso para resolver los conflictos, la competencia y el conocimiento como fuentes de influencia y el respeto de las diferencias sexuales, nacionales, étnicas, raciales, de clase, religiosas, etc…

Las recomendaciones internacionales nos hablan de la necesaria autonomía pedagógica de que deben disponer los centros, refiriéndose una concepción de la autonomía bien distinta, basada en modelos de gestión técnica. La agenda global para la educación de la OCDE promueve, desde el año 1995, un modelo de gestión descentralizado dentro del sector público y orientado hacia unos mejores rendimientos. Las políticas educativas se basan en el eufemismo de la autonomía, para plantear la descentralización de los centros, y ocultar una forma de control más eficaz de los resultados a través de pruebas, currículos estandarizados e incentivos. Las escuelas funcionan como empresas privadas alimentadas por un liderazgo gerencialista para complacer las demandas sociales de las familias que se han convertido en clientes.

Esto también afecta a la idea de la educación como un derecho universal cuyos beneficios deben ser iguales para todas las personas. Hay una concepción consumista de la misma que individualiza las prestaciones y la selección de los beneficiarios rompiendo el principio de igualdad. Los recursos pasan a un segundo plano, una mayor inversión no mejora la calidad educativa y los datos comparativos del rendimiento del alumnado pasan a primer lugar (Mérchan, 2013).

Existe, pues, una tensión entre la identificación de la autonomía como parte de las políticas neoliberales y como parte de un proyecto democratizador en una lucha por la apropiación de sentidos que se proponen fortalecer o debilitar la noción de lo público. En estos modelos de autonomía ficticia, las comunidades escolares pierden el poder de participación, porque la gestión no sirve al objetivo de una mayor democratización o implicación de la comunidad, sino al objetivo de eficacia. Estos modelos de gestión pública son la piedra angular de la nueva Ley orgánica de mejora de la calidad educativa.

1) Autonomía, participación y gobierno de los centros

La participación es un derecho de las personas y un principio constitucional, un concepto político, que alude a cómo se entiende la democracia en el campo educativo. La capacidad para intervenir en el establecimiento de normas, en la toma de decisiones y en el curso de los acontecimientos. En educación, la participación se refiere a la planificación educativa, en los órganos de representación y en los distintos niveles de organización del sistema educativo. Es lo propio de un sistema democrático frente a uno autoritario.

La constitución proclama que “Los profesores, los padres y, en su caso, los alumnos intervendrán en el control y gestión de todos los centros sostenidos por la Administración con fondos públicos, en los términos que la ley establezca."(CE, art. 27. 7.)

Por ello existen órganos de participación, especialmente el Consejo Escolar, integrado por representantes del profesorado, las familias y el alumnado que fueron concebidos como piezas fundamentales para la participación de la comunidad educativa. Aunque la composición de este órgano de participación, así como la colaboración real de la comunidad escolar necesita una nueva legislación sobre participación educativa que actualice, su composición, funciones, su apertura a movimientos asociativos y a la integración de agentes sociales en la vida de los centros.

La LOMCE se elabora sin la participación de la comunidad escolar y sin el acuerdo con organizaciones sociales y políticas, y con la imposición del PP, con mayoría en el Parlamento. Acaba con la cultura de la participación y vuelve a un sistema autoritariojerárquico, retrasando a nuestro país en más de cuarenta años en educación, con su voluntad de discriminar y de crear barreras de clases sociales en el acceso a la misma.
 Los consejos escolares pierden su capacidad de decisión y gestión para ser órganos meramente consultivos, correspondiendo las decisiones al director/a, de modo que se refuerza el modelo jerárquico en la dirección de los centros y se suprime la colaboración con la comunidad educativa.

El Consejo Escolar se debe articular, en la nueva legislación, como eje neurálgico de la participación democrática de la comunidad educativa de cada centro o de cada localidad, el espacio de decisión donde se escuchan todas las opiniones y donde se establecen y reparten las tareas que hacen posible el desarrollo de los proyectos educativos.

Las competencias de los Consejos Escolares deben convertirles en el órgano de gobierno de los centros, en el que se encuentren representados de modo equitativo y proporcional todos los sectores de la comunidad educativa. Para ello es necesario dotarles de competencias ejecutivas y no meramente consultivas. Así como potenciar la participación efectiva de los consejos escolares municipales y autonómicos.

Para ello deben establecerse sistemas de funcionamiento y organización en los centros que fomenten y apliquen la democracia real en la gestión educativa participativa, como un instrumento para impulsar la implicación de todos los sectores de la comunidad educativa en la toma de decisiones consensuada; a definir prioridades, plantear proyectos y decidir la distribución de los recursos públicos en cada centro educativo.

Ello implica: 1) Promover el asociacionismo y la participación democrática de toda la comunidad educativa en la gestión de los centros, en particular del alumnado y de padres y madres, que facilite la cogestión del centro. 2) Reconocer los derechos del movimiento asociativo de las AMPAS y las asociaciones de estudiantes, impulsando y regulando la obligación que tienen las administraciones educativas para financiarlas y apoyar su funcionamiento y participación en el sistema educativo. 3) Hacer efectiva la corresponsabilidad del profesorado y las familias en la educación, con apoyo de las administraciones. 4) Ampliar las competencias en educación de los ayuntamientos, para la organización y funcionamiento de determinados servicios y actividades de forma coordinada.

Una visión amplia de la participación ciudadana en educación implica que el barrio, el pueblo, las instituciones, etc. forman parte del proceso educativo y se deben abrir canales de participación ciudadana en educación. La educación, la comunidad educativa y la política educativa son mucho más amplias, respectivamente, que la educación escolar, la comunidad escolar y la política escolar. La sociedad civil es una realidad sumamente heterogénea y compleja, formada por un amplio mosaico de organizaciones no gubernamentales (ONGs) y de la sociedad civil (OSC), en la que se expresan múltiples visiones, intereses y conflictos que requieren de la participación democrática y el desarrollo de estructuras donde se involucre el entorno cercano a los centros educativos.

2)  Una direccn escolar colegiada y participativa

La dirección no debe establecerse en función de criterios de eficacia y capacidad para exigir el cumplimiento de las normas establecidas, sino que debe estar sujeta a valores educativos, políticos y éticos y a un sentido democrático de colegialidad y desarrollo profesional colaborativo. El modelo de dirección de los centros pasa, en nuestro país, desde un modelo administrativo-­tradicional jerárquico a un modelo colegiado participativo, en el que se hablará más de equipos directivos que de dirección unipersonal.

La LOE lo transforma en un modelo de liderazgo pedagógico, donde el director tiene más competencias, combinado con un modelo profesional que exige formalmente un proyecto educativo para ser elegido. La evolución de la legislación educativa ha ido hacia formas más autoritarias y profesionalizadotas, en un sentido contrario a la profundización en la democracia y autonomía. Pero el cambio transcendental se produce con la LOMCE, donde se transforma en un modelo gerencial, donde es un gestor de recursos humanos, preocupado por la imagen y prestigio del centro (sometido a políticas de competitividad) y por atender las demandas de las familias, donde se acaba con la participación democrática de la comunidad escolar y con los aspectos colegiados del equipo directivo.

En la realidad de los centros privados la dirección está sujeta a la voluntad del titular, como siempre ha sido, aunque sean centros con financiación pública. En la escuela pública es donde se introduce este modelo gerencial, que además de no ser participativo ni colegiado, quien ocupa la dirección es elegido por una comisión donde los representantes de la administración educativa son mayoría, con el reforzamiento de un modelo jerárquico administrativo.

Se establece una contradicción entre una supuesta autonomía de los centros y una dirección que se sitúa como una agencia dependiente de la administración educativa y del partido o partidos que gobiernen en la comunidad autónoma. La diferencia de estas políticas neoliberales, en el caso español, es que no se intenta privatizar sin más, sino a favor de la Iglesia Católica, en un despotismo que muestra un sentido patrimonial y personalista de los cargos públicos (Viñao, 2014).

La participación democrática necesita que haya una distribución del poder para poder ejercerla, o sea que exista autonomía, que, como hemos visto, no existe en la gestión y dirección de los centros. La nueva cultura de una gestión eficiente cambia la raíz de la escuela pública como derecho público controlado por el Estado a un servicio para satisfacer las necesidades de las familias, un derecho privado.

Todas las medidas previstas para ofrecer más autonomía a los centros deben ir acompañadas de una mayor participación, implicación y responsabilidad de todas las personas, de modo que se haga efectivo el antes mencionado apartado 7 del artículo 27 de la Constitución Española de 1978.

Deben establecerse normas para proceder a la elección democrática del Equipo Directivo y del Consejo Escolar, por los miembros de la comunidad educativa, mediante unas reglas consensuadas que regulen un proceso de auténtica participación democrática.

En este sentido, parece claro que se debe potenciar un modelo de dirección no basada en sistemas de gestión empresarial, sino en una dirección representativa y colegiada de participantes en el proceso educativo, que sean efectivos representantes de la comunidad educativa. Y, por supuesto, el papel de las administraciones educativas debe incluir entre sus tareas ofrecer formación, apoyo y asesoramiento a los equipos directivos una vez elegidos.



3)  La distincn del alumnado frente a la educacn en igualdad

El impulso democrático con el que se empezó a actuar en los centros en  los  años ochenta ha ido perdiendo fuerza, mientras han ido ganando peso las  demandas hacia  una mayor autoridad y profesionalidad en la dirección de los centros. La LOMCE es una ley de re-­ centralización del sistema educativo, a todos los niveles, con disminución de la participación y aumento  del  autoritarismo.

Es una ley que no se basa en el pluralismo sino en la distinción, por lo que transforma el concepto de ciudadanía en una educación que prepara para el mundo del trabajo, para una sociedad capitalista con personas sumisas que no tengan capacidad de transformar las estructuras sino solo de reproducirlas.

“es la sustitución del ciudadano por el “homo economicus”, el hombre como productor para un mercado competitivo, la adaptación del individuo a las necesidades productivas del capital (Marina Subirats, 2014:56).

Las políticas educativas globalizadas supeditan la educación a nuevas ideologías sobre la meritocracia y la “cultura del esfuerzo” de los estudiantes. Según esta tesis las condiciones innatas y culturales van a determinar de forma inmutable las posibilidades de aprender, de forma que cuestionan la educación como un derecho y asumen que las personas son responsables individualmente de su bienestar. No podemos compartir el discurso de que los rendimientos escolares dependen del esfuerzo y del talento del alumnado y que las familias que se preocupan especialmente de la educación de sus hijos e hijas tienen derecho a tener mejores condiciones, profesores y escuelas.

En estos modelos de gestión actuales existe una marcha gradual hacia una red escolar futura en la que el sector público subsistirá pero como subsidiario del privado, reduciéndose paulatinamente en función de una demanda de las familias que es debidamente teledirigida (Rojas 2009) con: recortes en el sector público, desgravaciones fiscales para quienes llevan a sus hijos a colegios de pago, cierre de aulas o unidades escolares en centro públicos, apertura de concertados con suelo público, contratación temporal de personal docente al margen del procedimiento público, implantación del distrito único para la admisión de alumnos/as, evaluaciones con fines comparativos…

Algunas familias también están ejerciendo una influencia directa en el sistema escolar, empujados por las políticas de elección de centro y la desconfianza en la educación que ya no garantiza un puesto de trabajo para todo el mundo. Consiguen lo que Van Zanen (2008) llama el “cierre social” y que sus hijos, sirviéndose de su capital cultural (información, relaciones...) y económico (posibilidades de residencia, desplazamientos, actividades suplementarias...) accedan a grupos homogéneos de élite y tengan más posibilidades de éxito.

La LOMCE es el marco legal que va a sustentar estas políticas de elección escolar a favor de las familias que diferencian entre centros y conducirán a una mayor privatización del sistema educativo.

Autonomía para una educación en igualdad



"La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales" (Constitución Española, art. 27.2.)

Para hacer realidad las aspiraciones de los movimientos progresistas y liberales con respecto a la educación de los niños, la autonomía y la gestión de los centros debe estar dirigida a que todos y todas alcancen los beneficios de la escolaridad. Ello se consigue respetando los derechos a la educación en igualdad, no estableciendo diferenciaciones competitivas entre los centros (ranking e incentivos), acompañadas de la elección por parte de las familias. También con un modelo de organización pedagógica de cada centro que internamente no cree clasificaciones e itinerarios y se base en la inclusión. Educar en un modelo inclusivo es generar un espacio de respeto, inmerso en un modelo democratizado, participativo, crítico y dinámico. Educar sin excluir, educar visibilizando todas las realidades para darles la voz que nunca tuvieron.

Las señas de identidad de una educación inclusiva implican una forma radicalmente distinta de concebir la cultura docente, la educación y los procesos de enseñanza y aprendizaje, basada en la pluralidad y la diversidad, donde el alumnado no se adapta a la escuela sino que es la escuela la que se transforma. No es solo una receta metodológica sino un concepto filosófico y una forma de vida: “una forma de vida que está relacionada con los valores de la convivencia (“vivir juntos”) y la aceptación de las diferencias (“la acogida a los diferentes”), la tolerancia (“que no equivale a la permisividad y al todo vale”) ,la cooperación, etc.. (Pujolás, 2004 en Carbonell, 2015).

Sin embargo, aunque la mayoría de la reformas se declaran inclusivas, las propuestas de cambio no han conseguido evitar la fractura existente entre los objetivos, las políticas y las prácticas que se desarrollan habitualmente en los centros educativos, como consecuencia de las barreras estructurales, culturales y financieras que siguen existiendo. Las culturas y prácticas dominantes no han sufrido grandes cambios tampoco en cuanto estrategias docentes porque siguen manteniendo el tratamiento de la diversidad como un currículo específico, con contenidos aminorados, espacios diferentes, profesionales especiales…

Promover una educación de éxito para todo el alumnado requiere un sistema educativo flexible con capacidad para incluir y atender sus necesidades y asegurar sus derechos. Ello implica dejar de utilizar las evaluaciones como un mecanismo de sanción y de desafección del alumnado por los estudios.

La autonomía pedagógica debe respetar las necesidades del alumnado en los modelos de escolarización y en los tiempos fuera de la escuela para que no estén sobrecargados de deberes. El alumnado tiene derecho al descanso, al esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas propias de su edad (Declaración de los Derechos del niño, art. 31). Principio que tendría su aplicación tanto en la organización de tiempos, contenidos y metodología dentro de la escuela, como en el horario de alumnos y alumnas fuera de la escuela en los que se debe de garantizar la autonomía y el juego libre y no la realización de deberes que absorben el tiempo de la infancia y crean desigualdad en cuanto a los resultados académicos por las altas exigencias que se realizan a las familias.



Naciones Unidas muestra su preocupación por el escaso reconocimiento que los
Estados otorgan a crear un tiempo y un espacio en que los niños puedan dedicarse al juego  y la recreación, actividades que son esenciales para la salud y el bienestar del niño y promueven el desarrollo de la creatividad, la imaginación y la confianza en mismo y en su propia capacidad, así como la fuerza y las aptitudes físicas, sociales, cognitivas y emocionales.

Bibliografía
CARBONELL SEBARROJA, Jaume (2015). Pedagogías del siglo XXI. Barcelona: Octaedro.
MERCHÁN, F. Javier (2013) Docentes, familias y alumnos en las políticas neoliberales. Con-­ ciencia Social, n. 17: 137144.
ROJAS, Mauricio (2009): Libertad de elección y pluralismo. Propuestas para una reforma de la educación española inspiradas en la reforma de Suecia. Madrid: FAES.
SUBIRATS, Marina (2014). La LOMCE: Hacia una educación antidemocrática. Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 81 (28.3), 4557.
VAN ZANEN, Agnes (2008). El fin de la meritocracia? Un análisis de los cambios recientes en las relaciones de la escuela con el sistema económico, político y social. En TENTI FANFANI, Emilio (comp.), Nuevos temas en la agenda de política educativa. Madrid: Siglo XXI: 173192.
VIÑAO, Antonio  (2014): Seminario  Internacional sobre  Gobernanza  Escolar  Democrática: más
allá de los modelos neoliberal y neoconservador. Barcelona. Documento inédito.
*Castrillo, Luis y Rodguez Martínez, Carmen (2016). Autonomía, participación democrática y apertura al entorno. En Garzón, Alberto y Díez, Enrique (eds.) La educación que queremos y necesitamos. Escuela
Universidad e investigación Madrid: Akal: 77-­88.