Jaume Martínez Bonafé
Crítica a la
naturalización de la experiencia institucional de la educación. Lo que pasa en las escuelas (y, en general, en el conjunto de
instituciones de la educación) tiene un sentido, una finalidad, responde a unos
intereses, una cosmovisión e ideologización de la vida social, está determinado
por relaciones y estructuras que muestran tensiones. Preguntarnos por lo que
pasa en las escuelas es preguntarnos por las fuerzas, relaciones, tensiones,
estructuras y discursos que mueven y condicionan lo que ocurre en su interior,
y lo que creemos que es o no es posible que ocurra. Lo que pasa en las escuelas
no es natural, ni pasó siempre igual; lo que pasa en las escuelas está
socialmente construido e históricamente determinado. Las pedagogías críticas
pretenden el análisis, la negociación y la transformación de las relaciones
sociales complejas entre estructura, conocimiento y poder en el interior de la
institución escolar; sabiendo, por otro lado, que esas relaciones sociales y
estructurales se inscriben en un más amplio campo social transnacional.
Crítica al determinismo
sin sujeto. Lo que pasa en las escuelas pasa con nosotros, desde
nosotros, contra nosotros o a favor de nosotros. Lo que pasa en las escuelas es
un cruce de lenguajes, miradas, significados, puntos de vista, formas de decir.
El diálogo, por tanto, muestra tanto lo que se complementa como lo que se
muestra antagónico. En el diálogo, entre sujetos sujetados, está la posibilidad
de superar tensiones sin renunciar a los antagonismos. Lo que pasa en las
escuelas reprime identidades, cuerpos, deseos, pero también alimenta la
posibilidad de la rebeldía, de la subjetividad transformadora, de la conciencia
crítica, de la creación de libertad.
Lo que pasa en las escuelas no puede estar determinado
por teorías sociales o pedagógicas que vienen a decir que lo que pasa en las
escuelas es lo único posible que pase. Ese modo de teorización sacraliza a la
institución escolar mostrando como certezas absolutas un modo determinado de
pensar la institución en un momento histórico dado. La necesidad —no idealista
sino por ser socialmente útil— de encontrar otras alternativas teóricas y
prácticas resulta de la necesidad de un sujeto —individual y colectivo— que
actúe con libertad para enfrentarse al desafío de su tiempo histórico. Las
pedagogías críticas son pedagogías insurgentes frente a un modo de racionalidad
hegemónico que no nos deja pensar otras posibilidades escolares y educativas.
Crítica de la
ahistoricidad. Lo que pasa en las escuelas responde a un proyecto
histórico e institucional para garantizar la reproducción. El origen, en los
monasterios y catedrales de los siglos xiii y xiv, sufre un vuelco importante con las revoluciones burguesas y los discursos de la Modernidad. El proyecto político del derecho a la escuela pública
y universal es fruto de ese vuelco histórico. La hegemonía del Estado burgués en el liderazgo
del proyecto de escuela pública deja las
cosas como estaban:
la reproducción del capitalismo como orden social dominan- te. Las transformaciones
sociales y económicas en las últimas
décadas, y muy especialmente en los últimos años, vienen anunciando nuevos lenguajes y nuevas
prácticas para la educación pública.
Y en cualquier caso, la pregunta
de la crítica es qué fuerzas sociales y discursos de poder hegemonizan en cada momento histórico el diseño y la estrategia de la reproducción
a través de la escuela.
Y qué discursos de resistencia y contestación muestran
la posibilidad de una respuesta pedagógica de esperanza y liberación.
Algunos autores, en el contexto
difuso de las teorías críticas
de los años setenta, anunciaron la «muerte» de la escuela
(Reimer) o una sociedad «desescolarizada» (Illich). Las actuales formas de control sobre la producción, la manipulación y la distribución de información y conocimiento, a través de múltiples canales,
formatos digitales
y redes sociales, acentúan
todavía más la crisis del proyecto
histórico de la escuela como aparato de reproducción
(Bourdieu y Passeron). Pero también, como ya se anunció en aquellas primeras
críticas, la transformación del aparato de reproducción en un dispositivo de burocracia
(credencialismo y jerarquización) y mercantilización neoliberal.
Crítica de la mercantilización. Lo que pasa en la escuela,
en el actual marco social
y económico neoliberal, constituye una forma de producción
y venta de mercancía,
una forma de negocio con la educación devenida mercancía. El conocimiento que se produce es el conocimiento con pretensiones de valor de cambio, y el sujeto
socialmente producido
pretende adquirir valor de cambio de su fuerza de trabajo a
través del credencialismo educativo. Las ideologías coherentes con la escuela empresarial refuerzan el individualismo, la competitividad y el control
punitivo.
Los lenguajes
empresariales introducidos en el discurso
educativo regulan
las prácticas, conformando modos de proceder mientras
se dificultan otros. La medición de resultados, los ránquines, las comparaciones y competitividad, la obsesión
por la emprendeduría y la educación financiera, facilitan
la transformación del derecho social a la educación en un campo abonado para el
negocio de la educación. Además, el discurso de la lógica del mercado dentro de
la escuela es totalizador, en el sentido de no dejar espacios o invisibilizar
otros que pudieran mostrar pedagogías fundamentadas en otras racionalidades
alternativas. Si hacemos carreras para ver quién es el más rápido, se nos
olvida la posibilidad de que haya quién prefiera caminar lento.
Crítica de la desmemoria. Lo que pasa en la escuela no puede explicarse con racionalidades
inmediatas, huérfanas, ausentes de radicalidad y fundamento. Los discursos
críticos sobre la escuela han venido constituyéndose con el esfuerzo, el
trabajo, la experiencia, el estudio, la investigación y el compromiso de
personas y colectivos a lo largo de los años. Desconocer las epistemologías que
fundamentan y dan sentido a las propuestas educativas contrahegemónicas es un
modo muy torpe de creer que siempre partimos de cero quedándonos en el análisis
superficial de los problemas educativos. Pero la desmemoria no solo es torpe.
Es también una estrategia de poder que desmoviliza y desarma, porque impide la
conciencia del empoderamiento nutrido por los avances de otras racionalidades y
experiencias anteriores. Las pedagogías críticas de los años sesenta y setenta
en el Estado español indagaron en la experiencia de las escuelas racionalistas
y libertarias impulsa- das por el movimiento obrero de los años treinta; los
Movimientos de Renovación Pedagógica se impregnaron de la experiencia
colaborativa del Movimiento Freinet y las propuestas de educación popular
impulsadas en Latinoamérica por Paulo Freire, y en la actualidad todo ese
legado histórico constituye una base experiencial necesaria para el surgimiento
de nuevas posibilidades y alternativas.
Crítica de la separación. Lo que pasa en las escuelas a menudo separa y fragmenta las múltiples
esferas y dimensiones de la vida humana: separa al sujeto del conocimiento,
separa a los sujetos entre sí, separa y fragmenta el conocimiento, separa lo
que se piensa de lo que se hace, separa la razón del sentimiento y los afectos,
la ética de la estética, fragmenta la experiencia y la separa de su teoría,
separa la organización institucional de la voluntad y el deseo de los
organizados, separa la práctica del sentido de la práctica, separa la enseñanza
de la investigación y del trabajo, separa el diploma y la acreditación de su
verdadero valor para el crecimiento humano, separa los tiempos y los espacios
de aprendizaje, separa la escolarización del proceso permanente de formación,
separa la educación de la economía y la política, y separa el currículum vitae
del camino de la vida.
Crítica de la
superficialidad, el enmascaramiento y el tecnofanatismo didáctico. Lo que pasa en las escuelas tiene preguntas fundamentales. El exceso de
respuestas puntuales sobre situaciones fragmentarias impide profundizar en esas
preguntas fundamentales. Pongamos un ejemplo: un determinado modo de
insistencia discursiva sobre las TIC en la escuela desvía la atención hacia
otras cuestiones de raíz, tales como el hecho de que las redes, la comunicación
abierta y los saberes compartidos, producidos en intersticios y extramuros de
múltiples lugares, están poniendo en crisis a las instituciones cerradas de
educación y ponen a las tecnologías de la información y la comunicación en el
núcleo de nuevas reflexiones sobre el sentido y uso del conocimiento, sobre los
procesos formativos y los con- textos o entornos de aprendizaje. Las pedagogías
críticas buscan identificar las preguntas fundamentales —por ejemplo, ¿de qué
modo la enseñanza es realmente educativa?, ¿cómo los maestros pueden adquirir
control e independencia sobre los medios y los procesos de su trabajo?— y
encontrar respuestas desde la ruptura epistemológica que pone en suspenso las
pre-construcciones vulgares y las res- puestas pre-construidas. Las teorías y
pedagogías críticas se han enfrentado a la hegemonía de un discurso didáctico y
curricular simplificador que deja fuera del debate político y pedagógico
cuestiones fundamentales como la selección y codificación del contenido, el
sentido social y concientizador del conocimiento escolar y la renovación
metodológica coherente con la crítica a esa hegemonía. Cuestiones que vendrían
a desplazar el punto de mira hacia la relación de la pedagogía con los procesos
productivos y culturales del capitalismo en su fase de desarrollo actual.
Crítica de la ideología
del profesionalismo en la enseñanza. Lo que pasa en las
escuelas puede ser leído por los profesores con los ojos del intelectual
crítico, que ofrece puntos de vista, y alternativas prácticas basadas en los
valores públicos, la responsabilidad cívica, el pensamiento crítico y el
trabajo cooperativo. Sin embargo, los discursos que sitúan al profesorado ante
la reivindicación de un están- dar de competencias profesionales en el interior
del marco ideológico neoliberal, lo convierten en un mero ejecutor técnico de
ideas y principios que están fuera de sus propias reflexiones, decisiones y
deseos. La ideología del profesionalismo y del profesor como técnico constituye
además una forma de subvaloración de la pedagogía, en tanto que lenguaje de
posibilidad, esperanza y deseo, nutrido en la experiencia de prácticas
concretas transformadoras.
Las pedagogías críticas pretenden un profesorado que
actúe como sujeto activo histórico capaz de crear en la específica y concreta
polis de la escuela formas de relación política y pedagógica igualitarias que
sirvan como laboratorio de la democracia radical. Esto supone empoderamiento de
una asociación entre iguales que, en la reflexión y el diálogo sobre las
prácticas, desarrollan su propio conocimiento profesional práctico y una teoría
política y pedagógica sobre el sentido y la función social de su profesión. En
el contexto del Estado español, pero del mismo modo en otros contextos
territoriales, se han producido campos de reflexión y experiencias asociativas
horizontales que dan indicio de la capacidad y posibilidad de empodera- miento
crítico del profesorado. Una tarea de las pedagogías críticas es dar
visibilidad y poner en relación esos esfuerzos del trabajo educativo crítico.
Crítica de la
neutralidad curricular. Lo que se enseña en las escuelas (y
lo que se aprende), lo que se selecciona como conocimiento escolar, responde a
relaciones y estructuras de poder en el marco social capitalista en que se
inscribe el sistema educativo. El currículum definido y diseñado en el interior
de un apara- to del Estado legitimador del sistema social capitalista, es un
currículum al servicio de esa legitimación, es decir, de los procesos a través
de los cuales el sistema produce sus propios mecanismos de reproducción. La
jerarquización entre las disciplinas curriculares, aquello que se considera
conocimiento relevante y lo que no se considera, se ignora o desprecia, está en
relación con intereses vinculados con la esfera de la producción, la cultura y
las relaciones sociales. La omnipresencia del libro de texto como mediador
hegemónico en el desarrollo curricular responde a ese modo socialmente
interesado de entender las relaciones del sujeto con el conocimiento. Las
propuestas curriculares de las pedagogías críticas, por el contrario, pretenden
ser informadas por intereses emancipatorios, lo que constituye todo un programa
de resistencia cultural y el ensayo de nuevos lenguajes y dispositivos para dar
significación a las nuevas prácticas de transformación.
Crítica del esencialismo
y la domesticación en el currículo. Lo que se enseña en
las escuelas no tiene por qué responder a una idea única, una verdad exclusiva,
universal, esencial, de lo que es conocimiento socialmente relevante. Desde los
textos y grabados que se mostraban en los primeros monasterios y catedrales
hasta las actuales pizarras virtuales y otros dispositivos digitales, se ha
considerado al currículum escolar como el texto que deposita el saber esencial
e indiscutible con el que garantizar la reproducción social. Primero quiso ser
un saber revelado; más tarde pretendió un saber demostrado. Y en todos los
casos fue un saber fragmentado y dicotomizante, que alejaba vivencialmente la
razón de la experiencia situada, afectiva y sentimental.
Las pedagogías críticas advierten del carácter alienador
de un conocimiento que no puede ser discutido y de una selección cultural que
no pueda mostrar otras selecciones alternativas. Y sugieren la analítica de los
discursos sobre lo que se considera conocimiento verdadero. El currículum de
las pedagogías críticas es un registro performativo de los conflictos sociales,
indaga en las micropolíticas de la raza, la clase, el género, y la orientación
sexual, reconoce la experiencia vivida por estudiantes y profesores, escapa al
corsé del aula y la abstracción teórica para salir al encuentro de lo vivido en
las calles, busca en las comunidades y poblaciones desfavorecidas o marginadas
la posibilidad de encarnar saberes de solidaridad y transformación, y desafía
una economía política del deseo individualizante y colonizada por el consumismo
para poner al estudiante ante una praxis constructiva de categorías universales
de libertad y emancipación.
Crítica a la uniformidad
cultural. Lo que pasa en las escuelas responde a una compleja
relación multicultural, en la que la diferencia se muestra tanto en el ejercicio
y relaciones de poder, como en los conflictos y luchas por el derecho a la
identidad. La obsesión por la uniformidad lingüística y cultural (en ocasiones
también religiosa) es una forma de poder frente a los grupos oprimidos que han
hecho de su diferencia una forma de combate contra la opresión. La negación,
por parte de la escuela, de otras culturas desde el discurso de la inferioridad
cultural o la falta de sistematización académica, es una reducción interesada
de la realidad y un desprecio a las prácticas sociales que han tomado como base
esas culturas alternativas a las dominantes. Las pedagogías críticas parten del
reconocimiento de la diferencia y diversidad cultural, en un marco de clases
sociales en conflicto, abriendo el currículum a conocimientos y experiencias de
movimientos indígenas, campesinos o urbanos despreciados desde las políticas de
uniformidad cultural.
Crítica de lo colectivo
sociotécnico. En las escuelas se recurre a menudo a la actividad
colectiva, adecuada a una finalidad o periodo de tiempo. Pero no constituye una
premisa, un punto de partida. Lo colectivo como forma de producción política, de
experiencia de vida, de ensayo y posibilidad de cooperación, se sublima en la
escuela a través de la técnica didáctica del grupo. El grupo en la escuela es
sociotécnico, porque constituye un dispositivo dependiente de una finalidad
ajena a sí mismo como grupo. El círculo de cultura freiriano, por poner un ejemplo
contrario, supone un modo de escucha, de desarrollo de la percepción y de
formulación de problemas para el que lo colectivo es esencial porque en su desarrollo
existe la posibilidad de abrir preguntas y encontrar claves que permitan re-
formular la propia experiencia colectiva.
Crítica de la educación
encerrada en la institución escolar. Lo que pasa en las
escuelas no define en exclusividad el proceso de subjetivación. La ciudad, y
las prácticas económicas, sociales y culturales que en ella se desarrollan,
constituyen un potente programa de educación, que acaba conformando identidades
y cono- cimiento práctico. Leer la ciudad como currículum es leer el programa
cultural que, gobernando la vida cotidiana, nos constituye y subjetiviza.
Del mismo modo, el análisis de distintos dispositivos
culturales, como el cine, la música popular, diferentes programas de televisión
y otros artefactos tecnológicos para la comunicación, nos acercan a la
comprensión del modo en que se instala en nuestras vidas una cosmovisión desde
la hegemonía cultural y las lógicas en que el capitalismo coloniza nuestra vida
cotidiana. Pero, al mismo tiempo, esa compleja plataforma de posibilidades
tecnológicas y comunicativas muestra la posibilidad de producción de artefactos
y prácticas culturales desde intereses ideológicos y políticos
contrahegemónicos. En cualquier caso, insistimos, la batalla por la hegemonía
en el discurso educativo no se libra solo entre las paredes del aula.
Crítica del academicismo. Pensar lo que pasa en las escuelas es pensar en el curso de la acción,
desde el curso de la acción. La inveterada obsesión por una teoría que guíe la
relación educativa, ha institucionalizado, despreciando, la experiencia viva. Aunque
no hay teorías cerradas que expliquen la totalidad de la acción, son
imprescindibles, sin embargo, las prácticas de teorización, una forma de choque
vivencial que nos ayude a desentrañar el sentido de la acción en la que estamos
metidos. Reconociendo la contribución de autores relevantes en el campo de la
investigación y las teorías socialmente críticas, no es sin embargo el
seguimiento académico de estos autores lo que alimenta las teorías críticas. Es
una forma de querer vivir condiciones materiales, un sentido de pertenencia a
un movimiento de transformación, lo que da sentido y forma a la construcción
teórica crítica.
Crítica de la
sustitución de la esfera pública por el Estado. Lo que pasa en las escuelas no puede depender de un poder patronal encarnado
en el Estado, al
margen o contra la politización de la comunidad. Si lo
público se identifica con lo estatal, el poder popular y militante de docentes,
familias y organizaciones socia- les de la comunidad queda diluido o marginado.
Lo público es lo que pertenece y es construido por todas y todos, con
estrategias de participación decididas por todas y todos. La escuela pública es
un proyecto comunitario en el que la pedagogía dialoga con las problemáticas
sociales. En la escuela pública la formación y selección del profesorado, la
organización y gestión del centro, el diseño y desarrollo del currículum, han
de responder o son la consecuencia de ese proyecto comunitario. En determinados
discursos progresistas, se le pide al Estado garantizar la posibilidad y el
mantenimiento del proyecto público y comunitario de escuela. Reclamando esta
posibilidad como incompatible con la privatización de la enseñanza orientada a
conseguir beneficios económicos; y más incompatible todavía con la subvención
estatal a estos negocios. Sin embargo, las pedagogías críticas saben que el
Estado es un territorio de confrontación de la lucha de clases.
Crítica a la
despolitización de la pedagogía. Lo que pasa en las
escuelas es político porque la construcción de subjetividad y el modo de
relación del sujeto con el conocimiento tiene consecuencias sobre el
mantenimiento o el cuestiona- miento de las instituciones y estructuras
sociales existentes en la sociedad; es igualmente político porque en la
discusión y toma de decisiones sobre el currículum se manifiestan tensiones y
conflictos sobre las voces que pueden ser oídas, y los conocimientos que se
consideran válidos. Las pedagogías críticas se asumen como políticas porque se
vinculan orgánicamente con procesos y movimientos sociales de lucha
anticapitalista y transformación social.
Crítica a la
gentrificación de la (teoría/pedagogía) crítica. No es casual. Entre la mitad de la década de los setenta y el inicio de
los noventa la pedagogía crítica fue más combativa, tuvo más presencia y
reconocimiento social del que tiene ahora. No solo en España. También en otros
lugares de Europa y EE. UU. El proyecto de las pedagogías críticas se
encarnaba, entonces, en el proyecto de emancipación social de la clase obrera.
La pedagogía crítica era, entonces, una pedagogía de clase. Las propuestas de
educación popular, de sistematización o investigación-acción participante, con
fuerte influencia latinoamericana, se vinculaban a las luchas populares en los
barrios y fábricas. Y esto por varios motivos: uno, que el conocimiento (el
combate por el conocimiento) se sabía mediado por las relaciones entre trabajo
y capital. Otro, que la crítica una pedagogía de la crítica. Por tanto, una
pedagogía de la reproducción (de las clases) debía ser contestada por una
pedagogía de la emancipación (social).
Sin embargo, del mismo modo en que por esas mismas
décadas se inicia en las grandes ciudades un nuevo urbanismo de fuertes
dimensiones políticas, eco- nómicas y culturales, por el que la clase obrera
ocupante de los barrios céntricos populares se ve desplazada por una nueva
clase media que ocupa esos mismos barrios remodificados y ahora perversamente
rentables. Del mismo modo, digo, en que ese proceso de gentrificación urbana
implica un conjunto de procesos económicos con fuerte carga cultural y
estética, constituyendo un forma de van- guardia de la reestructuración
metropolitana, también las teorías y pedagogías críticas sufren un proceso de
gentrificación, desplazamiento, hacia nuevos territorios y sectores sociales
que hablan, ahora, desde fuera de la lucha de clases. El problema teórico e
ideológico que se quiere destacar aquí es el modo en que a la pedagogía
necesitaba nuevos conceptos, lenguajes y modos de problematización significan
una nueva contribución a la complejidad teórico-práctica del proyecto político
de la pedagogía crítica —que no abandona su focalización en el capital y las
clases sociales— o por el contrario la gentrificación teórica supone desplazar
ese núcleo central por otros componentes culturales e ideológicos. Esto supone
también preguntarnos por quién habla, quién es el sujeto de la pedagogía, y qué
papel gentrificador ha podido jugar la intelectualidad académica y los espacios
de poder que ocupa.
Crítica de la crítica
(sobre ausencias y debilidades). No es extraño que las
pedagogías críticas sufran un considerable «malestar» o padezcan una situación
de
«crisis» si la propuesta teórica y política de la
educación como proyecto de transformación social no ha dado ni está dando los
frutos esperados. Malestar y crisis son, en efecto, palabras de este momento
histórico en el que las políticas anticapitalistas, a las que asociamos las
pedagogías críticas, sufren de impotencia. Sin reconquista del mundo de la
vida, sin reconstrucción de la ciudadanía, el proyecto de las pedagogías
críticas no tiene mucha posibilidad de avance. No son los cambios de paradigmas
los que resuelven «la crisis» de las pedagogías sino las políticas concretas de
empoderamiento ciudadano, sostenibilidad, equidad, etc. Mientras tanto, parece
que alguna forma de pedagogías críticas encuentra la fascinación en nuevas
miradas y experiencias hacia lo simbólico (el lenguaje, la culturas, los
códigos…) en un proceso creciente de fragmentación hacia el pragmatismo, el
cientifismo academicista, la obsesión eficientista y las microetnografías de la
impotencia (la pérdida de un proyecto social y pedagógico de transformación
conduce a que cada cual hace lo que puede).
Identifico tres áreas problemáticas sobre las que situar
la revisión de un modo de producción de conocimiento, que sepa leer en las
alternativas de la práctica pedagógica crítica la posibilidad de una teoría
pedagógica crítica. La primera tiene que ver con la democracia participativa y
el sentido de lo público en las instituciones de educación. Ni el Estado ni los
aparatos del Estado —incluyendo aquí a partidos políticos y sindicatos, pero
también a la institución académica— responden a la totalidad de posibilidades
de creación política en la esfera públi ca. Pensar lo que pasa en las escuelas,
y lo que se pretende que pase, en clave de la lógica del Estado es restringir
de un modo miope la creación política y el sentido político de la escuela. La
crítica pedagógica a las reformas educativas y otros dispositivos estatales
para la educación en ocasiones ha impedido una mirada distinta y más compleja
sobre lo que ya podía estar ocurriendo de alter- nativo. Dar y amplificar las
voces al sujeto sujetado va más allá de los habituales formatos de
participación y representación sectoriales y corporativos, en los que en
ocasiones quedaron detenidos los escenarios de las pedagogías críticas.
En la complejidad del cotidiano escolar se producen
experiencias de participación para el cambio y la transformación que pueden
constituir una nutritiva re- visión de las teorías y las pedagogías críticas.
Pero las lentes conceptuales de esas teorías tendrán que hacer un importante
esfuerzo de readaptación de sus propios
enfoques.
La segunda tiene que ver con el modo de producción y
distribución del coci- miento en la escuela. La muy citada crítica a la
educación bancaria, en la argumentación freiriana, no fue más allá de la cita.
Los pedagogos de distinto signo se entretienen en las didácticas vaciadas de la
política, y el conocimiento, fetichiza- do, alcanza su apariencia de verdad y
objetividad, independiente de las personas y de la relación (social) entre
ellas. Podemos hablar, en el sentido de Marx, de la fetichización del
conocimiento. La escuela da a la posesión de conocimiento un sentido en sí
mismo —grados, certificaciones, superación de cursos…— cuando no el puro valor
de cambio como mercancía y, en ese mismo proceso, el conocimiento se aleja de
una relación verdadera con la vida de cada sujeto. La actividad de posesión del
fetiche conocimiento como una actividad ajena e independiente de quienes están
presentes y en relación con esa actividad (profesorado, alumnado, familias)
impide que los sujetos de esa relación se pregunten sobre el verdadero valor de
uso, sobre su sentido y utilidad social, sobre las decisiones en la selección,
organización y secuenciación, sobre los otros conocimientos alternativos que se
sustraen, y sobre otras formas de producción y relación con el conocimiento no
fetichizadas, en el sentido que nacen de la raíz del sujeto y de su
experiencia problematizada.
Por otra parte, las pedagogías críticas podrían revisar
el hegemónico sentido acumulativo de la información y el conocimiento en la
escuela, en detrimento del sentido relacional, cuando la digitalización, el
cable e Internet no solo están facilitando la tecnología de acceso, sino
creando una nueva epistemología, es decir, una nueva forma de relación
cognitiva basada en esa relación fluida y abierta. No será necesario insistir
en la relación de todo esto con el concepto y las prácticas del currículum en
tanto de forma de concretar el contenido escolar y su desarrollo en el aula.
Creer que se puede abrir un debate sobre el currículum (ya sea en su diseño,
como en políticas de reforma, en las destrezas didácticas para su desarrollo o
los materiales y recursos que lo concretan) sin el debate más amplio sobre las
políticas y pedagogías que lo sustentan es una estrategia instrumental que las
pedagogías críticas ponen en cuestión insuficientemente. Por poner un ejemplo,
determinadas políticas de gratuidad del libro de texto, apoyadas cuando no
impulsadas desde discursos pedagógicos de la izquierda, muestran el
reduccionismo miope con el que la pedagogía política considera la complejidad
de la práctica curricular, y por tanto del modo y el porqué de una forma de
relación del sujeto —concreto, local y temporalmente situado— con el
conocimiento.
La tercera cuestión problemática tiene que ver con los
procesos de revisión teórica en el interior de las pedagogías críticas. Parece
que la presencia de nuevas formas de lucha y experiencia ha ido adicionando a
las primitivas pedagogías críticas nuevas propuestas conceptuales como las
políticas de género, raza, poscolonialidad, opción sexual, u otras, en un marco
de ciencia convencional que deja inamovible el primitivo esquema. Sin embargo,
lo que estas nuevas formas de lucha y experiencia muestran es la posibilidad
también de nuevas epistemologías desde las que nutrir y revisar las
tradicionales pedagogías críticas. El intento de ampliar el marco de una teoría
general de las pedagogías críticas con estos nuevos campos conceptuales puede
que no sea la mejor estrategia. Boaventura de Sousa habla de procedimientos de
«traducción» de unos lenguajes a otros (de los lenguajes producidos en
prácticas multiculturales y sociales de inagotable diversidad), para encontrar
lo que hay de común y dónde aparecen las distinciones y las semejanzas entre
diferentes movimientos de transformación. Entonces, más que de una
epistemología general de la pedagogía crítica, una búsqueda de la gran receta
de la transformación pedagógica, de lo que se trata es de encontrar en las
múltiples y diversas formas de acción en las que se manifiesta la
contrahegemonía, un modo de diálogo teórico que articule y dote de sentido esos
distintos movimientos, sujetos colectivos, prácticas y conocimientos. De lo
contrario podemos encontrarnos, durante unas cuantas décadas más, que los
supuestos desarrollos teóricos de las pedagogías críticas (y poscríticas),
encerrados en las retóricas académicas, tienen poco que ver con lo que pasa en
el cotidiano escolar.
En cualquier caso —lo diré como Peter Mc Laren— la
pedagogía crítica es una condición necesaria (pero no suficiente).
Publicado en Revista Interuniversitaria de Formación del
Profesorado, (2013).