Jaume Martínez
Bonafé
No creo que el sujeto político sea un a priori. Algo así como el ‘hombre
nuevo’ del Che Guevara,
un ser esencial, un modelo a alcanzar,
el nuevo paradigma de la revolución. No tiene sentido
definir con antelación lo que no se conoce,
y es políticamente peligroso predecir el mañana,
lo que deberá o no ser definido como el mañana. Freire decía que somos andando, y creo que en el sencillo
andar de cada día está el inicio de la capacidad de ser sujeto; sujeto sujetado, pero sujeto.
Creo que sujeto político es, en efecto, saberse en un camino, un proceso, una exploración, una búsqueda y una deriva. Me parece, sin embargo, que la
condición de sujeto político
requiere que en ese camino
pasen algunas cosas, nos pasen
algunas cosas, acontecimientos, creación de situaciones que nos permiten vivir el compromiso
con la rebeldía ante toda forma política de control. Si continuamos con la metáfora
del camino, es precisamente la posibilidad de la
deriva, la decisión de no seguir cualquier trazado ordenado previamente, la resistencia. Y creo que esa posibilidad de la deriva, ese deseo de rebeldía, ese movimiento continuo, ese acto de creación
y
resistencia,
produce
saberes,
genera significados, desde los que nos dotamos de esa identidad de sujeto (que
se sabe sujetado). No pienso en saberes-información con los que simbolizamos
un cierto estado de cosas
en un determinado ámbito social,
político, cultural, artístico
o científico. Es otro saber
que nace, precisamente, del quiebre de ese
saber-información de un determinado ámbito. Es un saber producido
por sujetos comprometidos con la lectura interpretativa y crítica de los síntomas de un
situación, y de las posibilidades de subversión de la misma.
No debe haber, por tanto, un SUJETO POLÍTICO
(con mayúsculas y en
singular) porque serán las particulares luchas de cada cual por escapar/combatir/liberarse de la sociedad de control las que generen
saberes particulares, saberes nacidos
de experiencias diferentes, y formas diferentes de saberse en el camino de la rebeldía. En el “Prólogo” a la edición
inglesa de El
Antiedipo, Foucault
señala:
Durante los años 1945-1965 (estoy pensando en Europa) existía una forma correcta de pensar, un estilo de discurso político, una determinada ética del intelectual. Había que codearse con Marx, no dejar uno vagar sus sueños muy lejos de Freud y tratar los sistemas de signos − el significante − con el mayor de los respetos. Tales eran las tres condiciones que hacían aceptable esa singular ocupación que es la de escribir y enunciar una parte de verdad acerca de sí mismo y de su época.
La condición de sujeto político, la condición de experiencia de vida de sujeto político
crea un lenguaje, un modo de simbolización. El saber nacido de la experiencia de vida se simboliza, mostrando los hallazgos en el camino recorrido, pero también
lo que todavía se desconoce (en el inicio
de la revolución soviética, el salto histórico del poder de los consejos obreros
a la dictadura de partido único, por poner un ejemplo).
Volvamos al principio. Si la cuestión
no es la búsqueda de un ‘hombre nuevo’, la esencia de un ser definido
a
priori, ¿cuál es la justificación ética de un modo
de querer andar el camino de la emancipación? Quizá la justificación
resida en esa voluntad de querer simbolizar lo nuevo, de aprender a leer la realidad desde lo que provoca sorpresa
y ruptura respeto
de la normalidad instituida, ruptura respecto
de la moralidad instituida. En el deseo militante de comprometerse con la creación de situaciones que produzcan nuevas experiencias vitales y un nuevo universo
simbólico. Y se justifica
también en la voluntad de resistir, de no ceder y darle la vuelta, invertir
la perspectiva, respecto de lo que aparece
como normal en las sociedades de control.
Sin duda, el objetivo principal hoy en día no es descubrir sino rehusar lo que somos. Podría decirse, para concluir, que el problema a la vez político, ético, social y filosófico que se nos plantea hoy a nosotros, no es tratar de liberar al individuo del Estado y de sus instituciones, sino el de liberarnos a nosotros mismos del Estado y del tipo de individuación que está
con él ligado. Tenemos que promover nuevas formas de subjetividad rechazando el tipo de individualidad que nos ha sido impuesto durante varios siglos.
Pero hablábamos de un sujeto, ‘sujetado’. Es casi un oxímoron, un término
contradictorio. Sin embargo,
ese deseo de libertad, de buscar el camino, de construir desde la autonomía
para la elección, la decisión,
la creación, para la
actividad de vivir, es al mismo tiempo,
la sujeción a todas
las determinaciones/dependencias de la actividad de vivir, tanto como condición humana como actividad social
y política. (Recuerdo
los tres modos de
objetivación que proceden a una subjetivación, en Foucault: la objetivación científica del sujeto, la objetivación ‘experiencial‘ del sujeto sometido
a divisiones normativas, y la objetivación del sujeto como sujeto, el modo en que aprende a
reconocerse como sujeto, por ejemplo,
de una sexualidad). El sujeto, dice Foucault, queda atrapado en relaciones de poder que lo configuran. “Esta objetivación y esta subjetivación no son independientes la una de la otra; es de su desarrollo mutuo y de su lazo recíproco que surge eso que podríamos
llamar ‘juegos de verdad”: ¿Y cómo es el paso del sujeto
político
individual
al
sujeto político colectivo?
El paso del 'yo' al 'nosotros' y por tanto la conformación de sujetos colectivos se entiende como un proceso de emancipación social, adquiere el sentido de que los miembros de la sociedad recuperen la posición de sujetos que les corresponde, fundamentado en el interés de cada sujeto en conocer/transformar el medio poniendo en común el despliegue de sus capacidades plenas; la necesidad de llegar a acuerdos para alcanzar objetivos e intereses comunes que implican la acción y la motivación de más de un sujeto; el desarrollo de nuestra sociabilidad debería pues potenciar la necesidad permanente de llegar a acuerdos puntuales, según los intereses de cada sujeto; la conformación de un 'nosotros' singular/plural/singular, en su singular diversidad que hay que respetar y desarrollar para que cada uno alcance su plenitud, el objetivo de sobrevivir sobre el medio como guía para el desarrollo de la capacidad de ser sujetos y para establecer relaciones de cooperación, simétricas y rizomáticas con otros sujetos.
En efecto, la transición del sujeto individual al sujeto colectivo requiere voluntad de resistencia y emancipación. Y es el diálogo y la interacción entre sujetos que se escuchan en sus diferencias y se reconocen
en sus particulares formas de combate
y resistencia, lo que puede mostrar una forma de contra- poder
frente a los mecanismos y dispositivos de la alienación. Creo que el sujeto colectivo se muestra, se hace visible,
toma cuerpo, en el camino que desarrolla
políticas prácticas y prácticas políticas de transformación social.
Y creo que es esa voluntad
y esa capacidad para estar en el camino de la transformación, la que a su vez muestra
la posibilidad, el poder de la transformación.
Para decirlo en la síntesis de Isabel Rauber, que extraigo
del módulo sobre sujeto político
de "La Escuela
de Formación Política
Feminista", cinco elementos están presentes en el proceso
de constitución en sujeto político:
1. Conciencia crítica de la función que asigna el sistema.
2. Una voluntad de cambio y asumirse parte
de
un colectivo que comparte dicha voluntad de cambio.
3. La capacidad para reinterpretar y resignificar dicha realidad.
4. La formulación de un proyecto.
5. La acción social con la intencionalidad de transformar dicha realidad.
Sin embargo, todavía es necesario plantear algunas dudas y algunas condiciones. Si ya no es posible
identificar un sujeto histórico, llamado a protagonizar el cambio social, si ya no hay una teoría total
y totalizadora del cambio, ¿qué prácticas, que políticas, qué estrategias identifican la condición de sujeto político?
Recupero aquí el prólogo que Michel Foucault
escribe para el libro
El Anti Edipo, de Deleuze y Guattari. ¿Cómo invertir
el orden establecido? se pregunta Foucault, y la primera
condición es enfrentarse a tres adversarios que no poseen la misma fuerza,
y que representan diversos
grados de amenaza:
1. Los ascetas políticos, los militantes sombríos, los terroristas de la teoría, los que querrían preservar el orden puro de la política y del discurso político. Los burócratas de la revolución y los funcionarios de la Verdad.
2. Los técnicos del deseo, lamentables: los psicoanalistas y los semiólogos que
registran cada signo y cada síntoma, y que quisieran reducir la organización múltiple del deseo a la ley binaria de la estructura y la falta.
3. Por último, el enemigo mayor, el adversario estratégico (mientras que la oposición del Anti Edipo a sus otros enemigos constituye más bien un compromiso táctico): el fascismo. Y no sólo el fascismo histórico de Hitler y Mussolini − quienes tan bien supieron movilizar y utilizar el deseo de las masas − sino también el fascismo que se halla dentro de todos nosotros, que acosa
nuestras
mentes y nuestras conductas cotidianas,
el fascismo
que
nos hace amar el poder, desear aquello mismo que nos domina
y explota.
Continúa este autor peguntándose ¿Cómo se hace para no convertirse en fascista aún cuando (especialmente cuando)
uno cree ser un militante revolucionario? ¿Cómo librar del fascismo nuestro
discurso y nuestros
actos, nuestro corazón
y nuestros placeres?
¿Cómo expulsar el fascismo incrustado
en nuestro comportamiento? Par responder, Foucault
enuncia una serie de ‘principios esenciales que resume al modo de manual o como guía para la vida
cotidiana:
- Liberad la acción política de toda forma de paranoia unitaria y totalizadora.
- Haced que la acción, el pensamiento y los deseos crezcan por proliferación, yuxtaposición y disyunción, no por subdivisión o jerarquización piramidal.
- Libraos de
las viejas
categorías de
lo
Negativo
(la
ley, el
límite la castración, la falta, la laguna) que el pensamiento occidental ha sostenido como sagradas durante tan largo tiempo en tanto forma de poder y modo de acceso a la realidad. Preferid lo positivo y lo múltiple, la diferencia a la uniformidad los flujos a las unidades, los ordenamientos múltiples a los sistemas. Considerad que lo productivo no es sedentario sino nómada.
- No imaginéis que haya que estar triste para ser un militante, aun cuando lo que se combata sea abominable. Es el lazo entre el deseo y la realidad (y no su fuga bajo la forma de la representación) lo que posee fuerza revolucionaria.
- No utilicéis el pensamiento para dar a la práctica política valor de Verdad; ni la acción política para desacreditar un pensamiento, como si éste no fuera más que especulación pura. Utilizad la práctica política
como un intensificador del pensamiento, y el análisis
como multiplicador de las formas y los ámbitos de intervención de la acción política.
- No exijáis de la política el restablecimiento de los derechos del individuo tales como los define la filosofía. El individuo es producto del poder. Lo que hay que hacer es desindividualizar por medio de la multiplicación, el desplazamiento, el ordenamiento en combinaciones diferentes. El grupo no ha de ser un lazo orgánico que unos individuos jerarquizados sino un constante generador de desindividualización.
- No os enamoréis del poder.
LA EDUCACIÓN EN LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL SUJETO POLÍTICO
La educación es un campo social en permanente disputa (BOURDIEU
1997). Si esto ha sido así, al menos en Europa desde las políticas de universalización, en el siglo XIX, la situación
actual extrema las posiciones en conflicto. El ‘campo‘ educativo – en la noción de Bourdieu – es el espacio social
en el que agentes dotados de capitales
culturales diversos disputan
su hegemonía. En las últimas décadas, el nuevo capitalismo que se manifiesta bajo las formas del neoliberalismo, ha transformado la tensión histórica entre trabajo y capital apareciendo otros agentes, otros conflictos
y otras formas de enfrentarlos. A esas transformaciones de lo social
no es ajena la educación.
En el campo educativo
la disputa tiene
un rostro visible
bastante obvio, y otro todavía oculto, en el que pretendo
detenerme. El rostro visible tiene que ver con
el combate por la defensa de lo público frente a las políticas neoliberales de desmantelamiento. Quizá el momento más internacionalizado de esas luchas se
manifieste en los Foros Mundiales
de Educación, iniciados en el 2001, y su traducción local, en el
estado español, es la conocida marea verde que desborda ciudades y convoca a la calle con el grito unánime
de estudiantes, familias
y profesorado: ¡salvemos la escuela pública!
Sin embargo, si como viene defendiéndose en este texto, ya no hay una teoría general de la transformación, ni un sujeto histórico
definido a priori, sino que nos encontramos con teorías locales nacidas
del propio conflicto, y sujetos diversos que cobran identidad
en su experiencia y modo de vivir el conflicto, la cuestión ahora aquí es qué sujetos y
qué saberes aparecen
ante la nuevas formas de disputa en el interior
del campo de la educación. Y la respuesta, en mi particular apreciación, pertenece
al lado oscuro, invisible, de la disputa.
Con el lado oscuro me refiero a lo que está en potencia, lo que asoma en
momentos puntuales, lo que ocurre
cuando se producen
acontecimientos significativos, pero todavía
no deviene visible.
Y lo que todavía no deviene
visible en el campo de la educación, es el debate sobre lo público en un marco
radicalizado de la democracia, las relaciones entre
esfera pública y estado, y cómo
influye ese debate
en una revisión de la idea de escuela pública,
y de educación pública,
y cómo puede la educación
intervenir en esa posibilidad de radicalización de la democracia y profundización de lo público.
Entiendo que el espacio
público es sólo necesario cuando somos muchos los que queremos realizar juntos alguna acción. Espacio público es por tanto un concepto que se vincula directamente al de acción política, y ciertamente, no se
debería poder pensar la sociedad
sin ambos conceptos
precedentes. Diremos con Hannah Arendt que el espacio
público y la política dan ‘autenticidad‘ a la esfera social: “un ‘espacio
público‘ es necesario como lugar reservado a la acción, lugar
de autenticidad en el que
el individuo logra,
a través de una participación que es ante todo comunicación, confrontarse a otras opiniones y proyectos”.
El espacio público, requiere
además que todos y todas,
sin exclusiones, podamos actuar
como ciudadanos, es decir, que nos hayamos
constituido de una sociedad
civil de iguales.
Como Uds. saben muy bien, el Siglo de las Luces
alumbró esa categoría de ‘ciudadano‘ pero si repasan
la Enciclopedia verán que se dejó en la penumbra a las mujeres, a los niños o a los sirvientes, apenas visibles en el destello
de ser “miembros de la familia de un ciudadano propiamente dicho”.
La escuela como espacio público
es, entonces, la posibilidad y la voluntad
de una construcción colectiva de un proyecto
político para la educación
del sujeto y el desarrollo de la ciudadanía. Y esto plantea,
al menos, un par de matices:
uno, no puede ser un espacio otorgado
por el Estado. En todo caso, el Estado
deberá garantizarlo, respetarlo y defenderlo. Pero antes
que otorgamiento, yo lo que veo es una conquista cívica frente al poder
del Estado. Y dos, es un proyecto
de autonomía del sujeto. Nacido de la
voluntad de querer estar presente, de querer protagonizar, de querer vivir la
democracia social. No hay espacio
público sin sujeto.
La educación puede ser un proyecto
político de la ciudadanía, el proyecto
de la esfera pública, el laboratorio en el que ensayar las posibilidades y los
límites de lo público. Creo que la educación puede contribuir, por tanto, a la
construcción del sujeto político
si facilita las herramientas conceptuales y procedimentales para el aprendizaje de la lectura política de la realidad, para el
análisis de lo que nos sujeta, para la comprensión de los que nos confiere identidad y subjetivación. La educación será verdaderamente educativa si alimenta el deseo
de caminar y explorar nuevas
posibilidades de vivir en una comprensión dialógica de las diferencias; será verdaderamente educativa
si activa estrategias didácticas que permitan la creación de experiencias vitales
basadas en el gesto rebelde
contra toda forma de control.
Para ello es necesario
escapar a un pensamiento dominante
en educación radicalmente esencialista y tecno-científico cuya hegemonía nos hizo creer que
aquello formulado como intención se alcanzaba por la simple formulación, ignorando cuerpos, biografías, historias particulares, culturas
populares, situaciones y
acontecimientos que, por incontrolables, pudieran poner en
crisis la exactitud y la certeza de alcanzar el objetivo. Esta obsesión se manifiesta en el
lenguaje de la pedagogía
moderna a través de una compleja familia de palabras
encadenadas tales como programación, objetivos, taxonomía, clasificación, medición, objetividad, exactitud, certeza, eficacia...
EL DEBATE SOBRE EL CURRICULUM
Todo esto sugiere un debate en profundidad sobre el currículo como dispositivo para la representación cultural,
y en el caso que ahora nos ocupa, como espacio en el que se libra la batalla
contrahegemónica. Una nueva inversión de perspectiva. No veo el currículo aquí encerrado
en lo escolar, ni como el conjunto de contenidos esenciales seleccionados de la cultura.
Si, también desde hace tiempo,
con Raymond Williams
o Walter Benjamin, podríamos preguntarnos: ¿qué es eso que llamamos
cultura?, la cuestión ahora es si podemos
seguir persiguiendo las verdades esenciales sin preguntarnos desde qué cosmovisión y contra qué otras cosmovisiones construimos esa selección.
Con Michael Apple (1991) trabajamos el modo en que el currículo
escolar concretaba relaciones estructurales entre
cultura y clase social, fetichizando la cultura y tornando
invisibles las relaciones sociales en la educación. Más adelante la cuestión del currículo fue más allá de esa relación estructural de clase para incorporar
el análisis del modo en que la dominación cultural
a través del dispositivo curricular incorporaba otras miradas desde el género,
la raza, el sexismo o la colonialidad.
Pero esta no es ya la cuestión, o al menos, no es la
cuestión que se pretende subrayar
en este texto. Lo que pretendo
desarrollar es una mirada ampliada del currículo, que contemple los procesos de construcción social e histórica de la identidad también en otros
contextos no escolares – no institucionales –, volviendo la mirada hacia los acontecimientos de la vida cotidiana, en los que también se produce una forma de pedagogía, y ya en otro lugar defendí
que la ciudad es el espacio social
de experiencia y subjetivación en el que se condensan
esos procesos. Es decir, que la ciudad es
currículo.
Si pensamos la escuela
como el espacio
exclusivo del currículo, ¿cómo queremos pensar todo ese complejo conjunto de dispositivos culturales ajenos a la institución escolar que, sin embargo, producen
saberes, divulgan significados sobre nosotros mismos y nuestras vidas, sobre las relaciones y los grupos sociales, sobre el mundo en su conjunto? Mi propuesta
de trabajo, entonces, es contemplar la ciudad como currículo. (“…no hablo de la ciudad sino de aquello
en lo que a través de ella nos hemos convertido” decía Rainer-María Rilke en su
Diario
Florentino.) Todo aquello
que nos pasa, por lo que
pasamos, y en ese modo de ir conformando el sentido y las experiencias de la vida, en ese modo de ir significando la vida, nos vamos haciendo
y nos van haciendo. Decir entonces
que la ciudad es currículo
es decir que la ciudad es
producto pero también y más fundamentalmente
es
proceso,
experiencia,
construcción, proyecto y posibilidad de subjetivación y producción de saber.
Y finalmente requiere un debate en profundidad sobre el encorsetamiento
institucional de la educación, dejando otros campos sociales
en los que igualmente se libra la batalla por la identidad (medios de comunicación, culturas populares...) en manos de las pedagogías del capitalismo.
EL SABER DOCENTE
Si, como he sugerido,
el currículo es un espacio
privilegiado del combate contrahegemónico, la siguiente sugerencia es un debate
en profundidad sobre las relaciones entre conocimiento y poder en la creación
de un saber docente que vincule la pedagogía
con las políticas de construcción del sujeto político. No es posible la construcción del sujeto político desde la educación
si el docente no reivindica su condición de sujeto político. El papel que el sistema de enseñanza le asigna es el de técnico que aplica contenidos y procedimientos que otros
pensaron en un nivel superior
del sistema. Sin embargo, la condición de pública
de la escuela y de la educación requiere del enseñante
la voluntad de independencia, juicio crítico y formación
para la autonomía responsable. El ensayo de las posibilidades de lo público exige de los y las docentes capacidad
profesional para nutrir
de experiencias que posibiliten el pleno desarrollo de la personalidad humana,
y capacidad política
para buscar espacios
de investigación y reflexión que le nutran
de saberes de emancipación profesional.
LA DIDÁCTICA DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
Por último, creo que el modo en que de los movimientos sociales
se plantean o no sus políticas
de transformación como prácticas educativas sería otro relevante punto
en el orden del día del debate
social sobre el sujeto político. Dando por supuesto
que un movimiento social es un agente
de transformación social, produciendo en las luchas sociales concretas un modo de alfabetización – de toma de conciencia crítica –, la cuestión que aquí planteo es sobre la
pedagogía social de tales movimientos. He visto luchas sociales
con una didáctica – un modo de manifestarse públicamente los argumentos
y estrategias de transformación – tremendamente conservadora, tecnocrática, autoritaria. Y al contrario, he visto otras en las que las calles y plazas fueron
un creativo texto didáctico (recordemos, por ejemplo, el movimiento del 15M). Y lo que me
pregunto es si en el debate político
sobre las políticas
de transformación de un movimiento social está presente
este carácter pedagógico que imprimen a sus
luchas, y más específicamente, con qué pedagogía producimos sujeto político
desde nuestras particulares y concretas luchas sociales.