by Carlos
Aldana Mendoza
Aprender historia
resulta ser uno de esos recursos políticos a los que el poder le tiene pavor.
En la medida que, más que recordar fechas, personajes o anécdotas entretenidas,
logramos reconocer con profundidad los procesos y circunstancias que nos han
puesto en la situación actual, en esa medida es más probable la posición
política y ética sustentada y firme frente a la vida. Y con ello, la educación
sistemática ya puede ser parte protagónica de la transformación que necesitamos
sostener en nuestro caminar social.
Por eso, vale la pena
una breve mirada crítica al aprendizaje dela historia (o la Historia, como
contenido formal), en el marco de las Ciencias o Estudios Sociales.
En contextos como el
latinoamericano, este aprendizaje está en mano de 2 tipos de docentes: los
grandes narradores y los aburridos transmisores. Los primeros, nos plantean las
anécdotas, los detalles íntimos e interesantes de los personajes, nos repiten las
fechas, nos emocionan con hechos que parecen de película. Por su parte, los
aburridos transmisores nos narran la historia lineal, sin ningún uso de
recursos que atraigan y generen interés. Nos aburren con la repetición de
fechas, conceptos y hechos, pero en su acción monótona, terminan matando el
interés por la historia de sus oyentes, aunque algún nivel de profundidad
crítica puedan pretender. El aburrimiento es tan grande que, en algunos casos,
ayuda a desaprovechar la posible visión crítica del docente.
En ambos casos, no se
profundizan las causas, los intereses ocultos, los verdaderos poderes que
fueron creando las condiciones históricas y los procesos que configuraron la
realidad humana. Así, la historia no es un recurso para comprender el presente,
para sentir y detectar por qué, por quiénes, a favor de qué y de quiénes es que
llegamos al establecimiento actual de la injusticia, el empobrecimiento, la
exclusión y la violencia en todas sus expresiones.
Pero también ocurre
que ha faltado mayor discusión y estudio en el ámbito de la academia social.
Cuando se plantea el aprendizaje de la historia, se plantea principalmente
desde consideraciones didácticas y no pedagógicas. Así, preocupa mucho más la
búsqueda y aprovechamiento de métodos, técnicas y recursos que contribuyan a
mejorar la calidad del desempeño docente en el aula. Pero al dejarse de lado la
dimensión pedagógica, se deja de plantear la búsqueda de los fundamentos, del
sentido político y ético de la historia y los estudios sociales, de su aporte
en la construcción de una ciudadanía participativa y comprometida con los
cambios. Se abandona la posibilidad de profundizar las maneras para hacer de la
historia un caminar hacia la comprensión del mundo actual y de las posibles
acciones individuales y colectivas para cambiarlo. En otras palabras, cuando la
didáctica termina siendo el principal interés y se despedagogiza la historia,
caemos en el instrumentalismo y en la actuar limitado al aula y a la
institución escolar, cuando la historia y los estudios sociales tienen el
enorme potencial de llevar a la comunidad educativa a la sociedad misma, para
comprenderla y transformarla.
Una consecuencia de
lo antes afirmado es que se prioriza la enseñanza de la historia y se abandona
el aprendizaje. Cuando aprender es lo que importa, incluye a la enseñanza
(porque esta se convierte en un instrumento o factor de facilitación de aquél),
pero también deja de poner el acento y el protagonismo en quien enseña, porque
el aprendizaje debe ocurrir entre todos los miembros de la comunidad educativa.
Entre aprendientes.
Cuando el aprendizaje
de la historia es asumido desde la pedagogía (la alternativa y crítica, por
supuesto), aparecen con fuerza el pensamiento crítico, la posición política y
los valores. Aparecen y se despliegan, además, los fundamentos y sentidos de
dicho aprendizaje (el por qué y el para qué aprender historia y estudios
sociales). Se acentúa una visión del mundo y de la historia. Y por supuesto,
todo ello demanda un clima armónico, dialógico y agradable pare el aprendizaje.
Se trata de que el
aprendizaje de la historia sea profundo, crítico y cuestionador, pero sin dejar
de ser entretenido, interesante y agradable para las jóvenes generaciones, las
que no merecen ni la superficialidad de un buen, pero acrítico narrador, ni un
destructor del interés y la pasión.
Necesitamos tener
presente que el aprendizaje de la historia es el más poderoso recurso para que
los pueblos descubran lo que les niega su dignidad, pero también para descubrir
que la realidad es construida por la humanidad colectiva. En otras palabras,
aprender historia es la clave para reconocernos como hombres y mujeres capaces
de transformar su realidad. El aprendizaje histórico es un aprendizaje político
en cuanto que es necesario para impulsar el posicionamiento de las nuevas
generaciones frente a la realidad que viven. Una consecuencia debiera el
aprendizaje de la indignación y la rebeldía ante la injusticia, la exclusión y
todo tipo de violaciones de derechos humanos.